Donde empezó todo

7 de diciembre de 2015

Antes de quedarme embarazada de mi primer hijo ya llevaba un tiempo leyendo e informándome sobre cómo quería vivir mi embarazo. Estaba feliz y contenta. Fue un embarazo muy deseado.

El día en el que me iban a hacer la ecografía de las 12 semanas yo estaba muy ilusionada aunque también algo nerviosa por lo que miran en esa prueba. La primera eco de mi vida. Iba a ver a mi bebé. Jamás se me olvidará ese día porque marcó un antes y un después en las decisiones relacionadas con MI maternidad.

Entré en la consulta con mi pareja. Nos sentamos. Sin mirarme a los ojos y, sin ni siquiera levantar la cabeza del papel, me hicieron varias preguntas de rutina. Me sentía segura aunque un poco incómoda. Al rato me dijeron que me tumbara para empezar la ecografía. Yo podía ver la pantalla si me giraba un poco. Así que allí estaba, emocionada por ver ese puntito blanco que ya vivía dentro de mí. Una de las chicas empezó a sacar diferentes medidas y a decírselas en voz alta a otra que apuntaba en el ordenador. Números y más números, datos que repetía una y otra vez... Yo empecé a inquietarme y después de un rato pregunté: "¿Está bien?". Estaba nerviosa en ese momento. El silencio se hizo eterno. Yo la buscaba con la mirada pero ella estaba centrada en el monitor. Por fin, rompió el silencio pero dijo algo que me rompió por dentro: “Le late el corazón y está vivo”. Lo dijo enfadada, como si mi pregunta le hubiera molestado. Fueron las palabras más frías que he escuchado en mi vida. Me quedé congelada. ¿Por qué esa frialdad en un momento tan importante para mí? ¿Por qué no me miró a los ojos y me explicó? No tenía que cogerme de la mano, pero... ¿por qué no hacer bien su trabajo mientras era un poco amable?

Podía haberme mirado a los ojos desde que entré en la consulta. Podía haberme dicho:
“Tranquila, está todo bien. Estoy cogiendo medidas varias veces para ser más precisa en la medición. Mira, este es el corazón de tu bebé que late con fuerza”. Este es el trato que yo esperaba. ¡Qué ilusa! Cuando salí de la consulta me eché a llorar inmediatamente. Sentía que había convertido un momento especial en un mero trámite.

Después de llorar y llorar me recompuse y me prometí a mi misma cuidarme para que nadie me hiciera sentir así jamás. Nadie tiene derecho a robarte un momento íntimo de esas maneras.

No sé si os ha pasado algo así, si lo veis normal o si os parece exagerado lo que escribo, pero os aseguro que sus palabras me hundieron en lo más profundo de mi ser y no me sentí para nada acompañada en una situación que se suponía que tenía que ser hermosa.

A partir de ese día empezó un nuevo camino para mí. Empecé por acompañarme a mí misma, informarme bien de todo el proceso para poder elegir exactamente lo que quería y lo que no. Prometí apagar mis emociones en las siguientes consultas si hacía falta para luchar por lo que creía. Y así fue. Quizás tengo que agradecer a ese día porque me hizo sentir muchas cosas.

Me informé de las pruebas que quería o no quería hacerme y llevaba en mi espalda un hacha invisible por si tenía que defenderme de opiniones o protocolos absurdos. Siempre desde el respeto, claro, pero con la información por delante.

A las siguientes revisiones fui segura de mi misma, informada, atenta y sincera.

Recuerdo perfectamente la última revisión a la que decidí ir. Ese día la ginecóloga me hizo el papel para la cita para monitores en la semana 40. Le dije que no iba a ir a esa prueba porque iba a parir en casa. En un segundo su cara se tornó enfadada y empezó a escribir un informe que decía: “riesgo por parto domiciliario: el 50% de las mujeres a principios del s. XX morían en partos en casa...”. Mientras argumentaba que “las mujeres tenían que ir en carromato para llegar e intentar sobrevivir”. Desde la total calma, cogí su informe y me fui para no verla más. Mi hijo nació en casa en la semana 38+0. Fue un parto precioso que siempre recordaré con amor, con fuerza y con poder. Un poder que salió de mi interior. Un poder imborrable que nadie podrá acallar.

Escucho y leo casos de extrema violencia durante el embarazo, el parto y el posparto. Casos estremecedores que dejan una huella imborrable en el cuerpo, mente y alma de la mujer. Y en el de su bebé, que casi nadie tiene en cuenta. Yo puse fin a ese trato desde el primer momento. Estoy segura de que vosotras también podéis hacerlo.
Mujeres, la información es PODER. Sed libres para decidir.

Desde aquí, gracias al personal sanitario que sí nos atiende como merecemos.



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