Una maestra Waldorf y su implicación en la construcción de una Escuela

31 de enero de 2016

Hoy quiero compartir con vosotrxs la historia de un proyecto gestado con mucho amor y tesón. Un proyecto con el que me siento muy afín. Ya sabéis que soy Educadora Infantil y que actualmente estoy formándome en Pedagogía Vivencial. Me encanta que espacios como este vayan creciendo para ofrecer a lxs peques lo que necesitan: un acompañamiento cercano e íntimo donde poder desarrollarse. Os dejo con esta linda familia, Asociación Madreselva.

Nacimiento de la Asociación Madreselva

La Asociación Madreselva es un proyecto autogestionado que nace de la voluntad de un grupo de padres y madres. Este proyecto nació hace unos años con el deseo de ofrecer una educación coherente con la crianza consciente que desarrollábamos. Con esa idea como guía, decidimos promover en Ciudad Real el desarrollo de una alternativa educativa para nuestros hijos, basada ante todo en el amor y en el respeto, que les  permitiese recibir un aprendizaje integral y que abarcase todos los ámbitos del ser humano.

Este proyecto se encuentra en estos momentos en plena construcción y por eso hemos lanzado una campaña de crowdfunding en la que apelamos a la solidaridad y a la participación en un proyecto construido desde la ilusión y que con muy pocos recursos ha logrado levantar un espacio que se encuentra preparado para entrar a ser valorado por las autoridades educativas para poder obtener los permisos necesarios de la Consejería de Educación para impartir, esperamos que muy pronto, Infantil y Primaria. Te invitamos a ver todos los detalles aquí y agradecemos muchísimo que Ruth, desde su inspiradora página Otanana nos de la oportunidad de rendir homenaje a una de nuestras maestras.

Importancia del binomio familia-escuela

En este proyecto las propias familias hemos participado en la remodelación de un caserón manchego y esta reconstrucción se ha llevado a cabo con los recursos económicos de las familias de la Asociación y donaciones de los allegados. Sin embargo, no sólo las familias han estado involucradas en este proyecto en cuerpo y alma. Entre las personas que más han colaborado se encuentra también una de las maestras con formación Waldorf que conquistada por el impulso de las familias lo ha incorporado a su proyecto personal y profesional.

Es muy importante que en estos tiempos, en los que por fin, nos hemos dado cuenta de que la educación de nuestros hijos no debe delegarse a otras personas, también nos demos cuenta de lo importantísimo que es el binomio CASA-ESCUELA. En la actualidad a veces se peca de pensar que como padres podemos controlarlo todo y juzgarlo todo. Lo cierto, es que está comprobado que lo mejor para nuestros hijos es guardar una coherencia entre lo que viven en casa y lo que viven en la Escuela. Aunar esfuerzos con un rumbo común que conduzca a nuestros pequeños hacia el aprendizaje, hacia la formación como seres íntegros, al crecimiento de sus personalidades y hacia convertirse en adultos plenos y felices.

La pedagogía Waldorf recoge perfectamente esta coherencia, y promueve constantemente el contacto con los maestros/as y la integración de las familias en la Escuela. En esta pedagogía los padres no son ajenos a lo que ocurre en la Escuela. Son frecuentes las tutorías, la personalización de la información, la transparencia y diálogo entre los maestros y los padres que utilizan la observación como herramienta de diagnóstico. Juntos valoran el momento que vive el niño, sus altibajos, sus logros, sus ilusiones y tratan de personalizar al máximo las atenciones, las propuestas y también los retos que cada niño debe alcanzar.

El maestro Waldorf

Partiendo de estas premisas, el papel del maestro Waldorf es absolutamente decisivo para que se cumplan los objetivos de la pedagogía. Para ello el maestro Waldorf, además de su formación reglada como maestro, tiene una preparación adicional que le da una comprensión profunda de todo el ser humano, entiende cuáles son las fases críticas de la primera infancia, la niñez  y la adolescencia, y así puede adaptar su guía al momento que está vivenciando cada niño. En el corazón de un maestro Waldorf vive el compromiso de ayudar a cada niño a alcanzar su más alto potencial. El maestro debe tener la sensibilidad de guiar al grupo sabiendo que cada niño tendrá una percepción distinta del momento, de la vivencia y de las propuestas que haga. Además debe ser digno de imitación por lo que debe ser cuidadoso en sus palabras, en sus gestos, en sus maneras de abordar los conflictos, porque es el espejo en el que se miran los niños y será el comportamiento que ellos tengan en situaciones semejantes. El maestro Waldorf debe ser digno de esa enorme responsabilidad y nada mejor que la ilusión y el autoaprendizaje para lograrlo. Un maestro Waldorf tiene claro que se encuentra en plena formación personal constante. En palabras de Rudolf Steiner, promotor de esta pedagogía: “Quien pretende educar, deberá educarse toda la vida”.

Un maestro Waldorf debe ser consciente de que tiene en su mano la creación de recuerdos imborrables en sus alumnos. Es una capacidad que tiene que utilizar con mucha cautela, responsabilidad y enorme cariño. Es imprescindible que ame su profesión, que se dedique vocacionalmente a ella y que se vuelque en su trabajo.

Nuestra maestra Lidia

Lidia López Avendaño, maestra Waldorf que acompaña a la Asociación Madreselva desde el inicio del grupo de juegos en 2013 nos ha demostrado que es un ejemplo de maestra, que trata con incomparable cariño a nuestros niños y que evoluciona y crece cada día en su profesión.

Sin embargo, iniciada la obra de la futura Escuela Waldorf en Ciudad Real, nos quedaba aún por descubrir una persona generosa, implicada, comprometida que no sólo ha realizado su trabajo si no que se ha involucrado en la reconstrucción del espacio de la Asociación como uno más. Lidia ha participado en sacar escombros, en pulir suelos, en alicatar paredes y seguir dando cariño a raudales a nuestros niños con las manos llenas de tierra. Lidia ha involucrado a su familia. Su madre, su padre, su hermano, su abuela (la abuela Dolores que todos los niños conocen por sus ricos bizcochos), sus amigos….todos han pasado por Casa Mojete, por el caserón donde la Asociación tiene su sede, para aportar, colaborar y reconstruir. Ha llegado mucho más allá de lo que se le podía pedir como maestra aún sabiendo diferenciar la amistad de lo profesional. Ha sabido “lidiar” entre las necesidades de los niños y las necesidades de los padres. Con su buen hacer ha conquistado el corazón de todos. Lidia a pesar de su juventud es una persona que lleva la maestría dentro y actúa de una manera natural y respetuosa con los niños. Una persona con gran intuición coherencia, dulzura y fuerza de voluntad. Y por eso, la asociación no sólo le está infinitamente agradecida, si no que le guarda un cariño muy especial que perdurará siempre.

Le hemos pedido que nos cuente cómo ella ha vivido esta experiencia. Para que a todos los que quieran colaborar no les llegue sólo la percepción de las familias. Queremos que otros educadores se sientan identificados, que reaviven sus ganas de seguir luchando por una profesión preciosa, por una implicación en la vida de muchos niños que les marca para siempre. Queremos poner el acento especial en el papel del maestro, sea cual sea la pedagogía que lo inspire, para que algo cambie, para que se coloque esta profesión en el lugar que debe ocupar, una de las más importantes del mundo. Porque si el maestro quiere, si utiliza sus herramientas y responsabilidad para cambiar el mundo, otra realidad educativa es posible. Hacen falta más factores, más cambios, más mejoras, lo sabemos. Pero el maestro es absolutamente decisivo. Lidia, nos lo demuestra cada día y desde aquí, queremos darle las gracias. Gracias a todos los maestros que dejan lecciones maravillosas e imborrables en las memorias de nuestros pequeños.


Os dejamos con la historia vivida por Lidia, maestra de la Asociación Madreselva.

Hace dos años una amiga me llamó para comentarme que había un grupo de familias muy majas en Ciudad Real que habían comenzado una iniciativa Waldorf y buscaban maestra. Me puse en contacto con ellos y a los pocos días me acerqué a conocerlos.
Nos encontramos en una casita cercana al centro de la ciudad. Estaban reformando algunas de las estancias, poniendo madera en el suelo de la habitación que habían destinado para el aula, pintando las paredes, arreglando el jardín... Yo llegué con muchos nervios. Era mi primera entrevista para ser maestra. Ellos me acogieron e hicieron que saliera de allí mucho más tranquila.
Pocos días más tarde me llamó Perico, antiguo presidente de la asociación, para decirme que les gustaría que les acompañase en este nuevo camino que comenzaban.
Fui conociéndolos poco a poco. Eran ocho familias. Nueve niños a mi cuidado. Nueve niños maravillosos que estaban expectantes, ilusionados por ese nuevo curso que comenzaban en el grupo de juegos.
Me ofrecieron el espacio de la Asociación para vivir. Al principio no lo tenía claro, me parecía demasiado y decidí quedarme solo por un tiempo, pero el tiempo transcurrió y pasé dos años viviendo allí. Dos años viviendo una experiencia fascinante.
Me sentía maestra de las de antes: cocinaba, lavaba, tendía junto a ellos.
Más familias se acercaron al proyecto. Crecimos.
El jardín, presidido por una higuera, se nos quedaba ya pequeño. Pensamos que necesitábamos un nuevo lugar donde poder acoger a más niños y compartir esta fantástica experiencia con nuevas familias.
Un día, al principio del segundo año, llegó uno de los papás a recoger a su hijo como todos los días, pero esta vez más ilusionado. Me dijo: "he encontrado el lugar". Y me enseñó una serie de fotos aéreas donde se veía una antigua aldea con un patio central. Pintaba bien.
Esa misma tarde fuimos a verla Delia, Yani y yo.
El lugar, conocido como Casa Mojete, se encontraba en las afueras, en una pedanía de Ciudad Real, La Poblachuela.

Bajamos del coche, miramos a nuestro alrededor y vimos una casa medio en ruinas.
Nos dispusimos a verla mejor. La distribución era de tres casas.
Primero pasamos a la central. Nos encontramos con un salón empapelado de arriba a abajo, un papel pintado precioso, un sofá acompañado por unos sillones, una lamparita de pie y un enorme y rectangular espejo con un marco dorado.
Yani lo tenía claro, esa sería el aula que podríamos destinar a infantil.
Continuamos viendo las estancias de esa primera casa. Otras tres habitaciones llenas de enormes tesoros y una máquina de coser antigua en perfectas condiciones.
Pasamos a la segunda vivienda, todo estaba muy deteriorado, algún que otro muro que no parecía del todo firme. Ahí iría maternal.

Y por último visitamos las cuadras, suelos de barro, cerchas de madera, pesebres medio en ruinas y un tejado que casi se caía.
En definitiva, se veía mucho trabajo… Pero conforme íbamos paseando, Yani iba contando y transformando esos lugares en bonitos rincones.
Nos convenció. Nosotras lo veíamos, veíamos allí a los niños.
Salimos al jardín y el almendro, grandísimo y centenario, nos los confirmó: ¡ése era el lugar! Solo quedaba enseñarlo al resto de familias y convencerles. Había mucho trabajo por delante, pero el resultado merecería la pena.

Hicimos varias reuniones, el tema económico nos preocupaba, debíamos ser nosotros los que con nuestras manos construyéramos ese sueño.
En la última reunión se presentó un plano con lo que sería y con los pasos que debíamos seguir para alcanzar el resultado. La reunión finalizó con grandes aplausos, ¡nos comprometíamos!
Ahora venía el trabajo duro. Primero tirar muros y levantar todo el suelo. Fines y fines de semana completos.
Pico y pala. Carretillas entrando y saliendo.
Lo que comenzó siendo un pequeño montoncito de escombros finalizó en una gran montaña.
Todos los días nos despedíamos con un "hasta mañana".
Meses intensos llenos de agujetas.
Y como testigos los niños, que veían a sus familias construyendo con sus propias manos un lugar maravilloso para ellos.

Por fin dejamos el pico y la pala a un lado y echaron el cemento. La distribución ya estaba finalizada. Ahora queríamos presentar el lugar en sociedad y recaudar fondos para poder continuar con la obra. Organizamos "La fiesta de la primavera", una fiesta con música, talleres, artesanos y, cómo no, llena de exquisitas comidas preparadas por las familias.
Fue un día importante para nosotros. Hubo diversas sensaciones. Mucha gente pensaba que estábamos locos, que eso era imposible. Otros alucinaban, les entusiasmaba. Pero hubo una sensación general, aún quedaba mucho trabajo.
Necesitábamos preparar bien las instalaciones, fontanería, electricidad, albañilería... Nosotros no teníamos los conocimientos suficientes para poder realizar muchas de esas tareas. Necesitábamos ayuda tanto económica como técnica.
A nuestro lado, la arquitecta, guiándonos en este nuevo camino. Y siempre contamos con el apoyo incondicional de nuestros caseros, que desde el primer momento creyeron en el proyecto y gracias a su préstamo económico pudimos continuar con la faena.
Llegaron los expertos, albañiles, fontanero, electricista, herrero... Y nos pusimos de nuevo manos a la obra.
Nos convertimos en pintores, carpinteros, peones de obra, siempre dispuestos a aprender de cada una de las tareas para poder ser lo más útiles posibles.

Nuevas familias aparecieron: se incorporaban y apoyaban el proyecto. Confiaban en que ése era el lugar para sus hijos.
Llegó la hora de buscar maestras para cubrir las necesidades de todos ellos.
A finales de agosto dos maestras se acercaron a conocernos. Primero llegó Silvia, antigua compañera de estudios, y a los pocos días llegó Natasha.
Les enseñamos y explicamos el proyecto. Se acercaron a conocer las instalaciones y a las familias y les contamos como había surgido todo. Lo tuvieron claro, querían formar parte de este sueño.

El 28 de septiembre abrimos las puertas de Casa Mojete como nueva sede de la Asociación y espacio para el grupo de juegos.
Recibimos emocionadas a los veintiún niños que esperaban ilusionados la apertura junto a sus familias. El periodo de adaptación estaba casi conseguido, los niños sentían ese lugar como suyo, habían compartido horas y horas de juego en el jardín mientras veían como sus familias trabajaban en el interior.
Ahora llevamos cuatro meses de andadura. Todavía queda trabajo, alguna que otra lámpara por colgar, puertas por fabricar y varios retoques que realizar. Necesitábamos fondos para la calefacción y decidimos lanzar la campaña de recaudación para pedir más ayuda y dar a conocer el proyecto aún a más gente.
Han sido meses duros, pero seguimos llenos de fuerza y dispuestos a luchar por conseguir nuestro propósito: una escuela donde los niños puedan ser felices.
Como maestra solo puedo dar las gracias a las familias por hacerme partícipe de este sueño. Por su valía, su tesón y su buen hacer
”.

La historia de este proyecto….no ha hecho más que empezar. ¡Gracias por apoyarnos!


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