El puerperio se acaba
Hoy me he sentado a leer algo que escribí hace tiempo sobre aquel momento en el que buscaba quedarme embarazada. Ahora mismo me siento entre dos lugares a la vez o más bien, así me sentía hacía unos meses, como mecida entre las olas, que me llevan y me traen, que me acercan y me alejan al lugar donde estoy.
Sé que no volveré a gestar una vida en mi interior. Cuando Nico tenía la edad que tiene ahora Emma, yo acababa de parir por segunda vez; emocionada, feliz... Mi cuerpo me lo pedía a gritos. Quería ser madre de nuevo. Ahora es diferente. Ya no lo siento. Estoy en pleno cambio de fase.
Mis cachorros van creciendo y se van despegando de mí. La díada se ha ampliado. A ratos me siento cómoda. Otras veces me tira el cordón umbilical hacia mi cachorra. O... no sé. A lo mejor no sé nada. A lo mejor sí seré madre de nuevo más adelante, cuando vuelva a sentirlo en mi piel.
Miro a mis hijos cuando duermen, a mis bebés, ya grandes. Me acurruco a su lado, les huelo, les susurro...
Y me pregunto cuándo he cambiado de decisión. Recuerdo cuando estaba embarazada de Emma en la semana 20, que miraba a mi chico y le decía "¡mira, estoy en la mitad de mis embarazos!". Porque yo siempre pensé en tres hijos. Quizá porque somos tres hermanos. Pero... ya no he vuelto a sentir la llamada de gestar vida desde las entrañas. Sí se me ha pasado por la cabeza porque he disfrutado mucho de mis embarazos, he tenido unos partos que siempre recordaré con amor y los pospartos han sido babeantemente maravillosos, pero desde esa llamada bestial que nace de dentro no lo he vuelto a sentir. Justo hablaba de esto con mi amiga Lía hace unos meses...
Recuerdo tantas veces ese olor a bebé indescriptible, esas miradas de puro amor, con la gota de leche cayendo por la comisura de sus labios mientras esboza una gran sonrisa de placer mientras de la otra teta sale la leche a chorro, esas carcajadas por cualquier cosa, ese calor en mi pecho a todas horas por tenerla pegada a mí, esos balbuceos, esas manitas pequeñas signando algo, ese abrazo sentido después de un tropiezo... Qué sensación tan placentera. Se me erizan los pelos de emoción al recordar a mis bebés. Siento algo de nostalgia por todo aquello pero sé que ya pasó y que mi cuerpo/mente están en otra fase.
La etapa de bebé acabó. Ahora tengo dos niños maravillosos, cada uno en su etapa, creciendo felices y yo con ellos. Y miro mi cuerpo y lo siento mío y me doy cuenta de lo que he disfrutado dando y lo que he aprendido. Y en el camino sigo.
He aprendido muchas cosas, una importante es querer mi cuerpo y amarlo como un templo sagrado.
Ya sabéis la de complejos que puede tener una mujer con esta sociedad que nos machaca a diario. Yo le agradezco infinito a mi maternidad porque me ha mostrado el valor de cada centrímetro de mi ser. Porque me ha enseñado a quererme tal y como soy. Porque me ha quitado una venda que no me dejaba disfrutarme. Porque me ha enseñado que cada rincón de mí es amor en estado puro; para abrazar, para nutrir, para acoger... Y cuanto más doy, más recibo. Y así me siento ahora, llena del placer ofrecido.
Agradezco a mi cuerpo por dejarme ver, sentir y amar.
Y... no sé. A lo mejor no sé nada. A lo mejor sí seré madre de nuevo más adelante, cuando vuelva a sentirlo en mi piel y podré volver a nutrir y a nutrirme de un ser nacido de mí. El tiempo dirá.